MEMORIAS
EN PRIMERA PERSONA
Nelcy del
Carmen Pérez de Corena
“Mi
mamá tuvo 4 hijos y yo soy la única que está en el tema de la hamaca, y no
pienso dejarlo sino ahora que me muera”.
Nací aquí donde vivo, en el barrio
Palito, calle nueva. Mi papá era Tiburcio Pérez ovejero, no tiene nada que ver
con la hamaca. Mi mamá es Ana Victoria López, tiene 102 años. Me casé de 14
años con Blas Corena de la Rosa.
Morroa tiene el tejido por los
indios, no tejían las mujeres, era el hombre y hacían hamacas burdas. Los
indios trabajaban el hilo, lo hacían con el huso. Cogían el algodón y lo
echaban en una cuartilla. De la mota de algodón iban sacando el hilo para
morderlo y cuando estaba ya delgado lo iban envolviendo en el huso y se lo
metían en la boca para aguantarlo y en los dedos para enrollarlo. Las hamacas
se llamaban ‘burdas’. En la tradición indígena cuando las niñas cumplían 13
años les regalaban una cuartilla de algodón para que hicieran una hamaca. Le
daban diciéndole ‘ésta es la herencia, tienes que hacer el hilo para que hagas
una hamaca’. Así me decía mi mamá, ella no era indígena.
Mi mamá tejía, aprendió con la
difunta María Escudero, con las
señoras mayores. Me decía que cuando estaba joven le pagaban la hamaca con un
mazo de calilla o con la comida. Mamá, después que ayudaba a tía Munda
(Reimunda López), era que venía a armar el telar. Tejía desde las ocho de la
mañana hasta las dos de la tarde.
Aprendí muy niña. Para poder tejer
la faja tenía que buscar primero leña para venderla y poder comprar la madeja
de hilo para hacer la fajita. Podía tener como cinco años cuando comencé a
trabajar y todas las fajitas las hacía forradas. Aprendí viendo de mi mamá.
Cuando tenía como 7 años me subía en una banqueta y me ponía a armar. Yo quería
ir al colegio y mamá decía que no se iba a aprender a tener novio y escribirles
a los hombres.
Antes la hamaca iba tejida en uno.
La hebra de hilo que uno va pasando con un palito, era en uno, hoy en día se
teje en dos. El armado y el tejido era en uno, la hamaca queda más fina. Nunca
se hacían hamacas crudas, todas las hamacas eran de colores.
La verdad es que fui la que me
atreví a hacer hamacas crudas porque son más elegantes, duran más porque no
tienen ningún químico. El hilo blanco o el hilo de color uno hace ‘tac’ y se
parte, pero el hilo crudo se siente más fuerte y si lo tiñe con frutas o con
plantas, coge más fuerza.
Lo del bordado no me lo enseñó
nadie. Me gusta más la hamaca bordada.
Hice la costa Atlántica, la cara del cacique Morroy, me lo imaginé y la hice.
Ahora no lo hago, pero me gustaba
salir a buscar hojas o plantas para teñir. Probando qué color daban. La cáscara
de la cebolla o la cabeza del matarratón. Los indígenas teñían con hojas,
salían unos verdecitos.
Yo soy cofundadora de la Casa de la
Hamaca, cuando eso vinieron antropólogos, sociólogos, trabajadores sociales y
me preguntaron quién me había enseñado teñir con esas cosas, les dije que a mí
me enseña la vida, la necesidad de aprender.
Las hamacas de antes eran de
colores, de listas, las tuttifrutti,
de lampazos turquí con blanco. Los hilos eran teñidos. Las artesanas contaban
que tenían que cortar el agua con alumbre, porque usaban agua de pozo. En
Sincelejo, había un almacén que se llamaba Rosa Blanca, allí vendían el hilo.
De aquí iban en burro a buscar el hilo allá.
Estuve en Barranquilla en una feria
y un señor me vio en el periódico y dijo ‘ésta es la señora que me va a
componer la hamaca’. Me llevó una hamaca de la difunta María Escudero, la
hamaca estaba intacta, con pitas, de las que mejor se ponía ‘lucia’ pero no se
partía. Desde que vi el tejido supe que era morroana, a mí se me espelucaba el
pellejo.