La fuerza de una tradición: Blas Javier Corena

Siguiendo el hilo de la tradición

Diálogo con Blas Javier López Corena

Soy artesano y me siento orgulloso de ser artesano. Soy de familia artesana”.




Berta Tulia Corena de la Rosa, su madre, fue su influencia para ser artesano, otro más en la familia. Aprendió embolando el hilo y luego tejiendo fajas, las que pronto vendería al entonces párroco de Morroa, Carlos Alberto Calderón, quien las regalaba marcadas con las celebraciones: bautizos, primeras comuniones o matrimonios.

La petición de su tía Mercedes López Quiroz para que ‘le echara unas letras’ en una hamaca le hace notar un prejuicio, que él llama mito: no era bien visto en Morroa que el hombre tejiera, lo consideraban ‘bajitico de azúcar’. Así que se limitó a pasar la puya y que su tía siguiera.



El llamado artesanal estaba invicto en el alma de Blas Javier: “aprendí todos los procesos, fui inventando cositas hasta que un día me buscaron para bordar el escudo de Colombia. Fue el primer dibujo que ‘eché’ en una hamaca, medía 70 cms.”. Ha sido artesano por más de treinta años. Un oficio asociado a su vida y a la familia que formó con su esposa Mercedes María López Bertel, y con sus tres hijos, el médico Blas Javier, el ingeniero agroindustrial Javier Andrés y la reina de su hogar, Ana Berta.  

Nuevas páginas de un arte ancestral

Actualmente se evidencia un cambio cultural en la tradición artesanal de la hamaca por la participación mayoritaria de los hombres, lo que Blas Javier considera un regreso a la tradición de la etnia zenú.

“De la zona rural de Morroa los hombres tuvieron que salir por la violencia. Gran parte de los hombres que están tejiendo han venido del campo y se han dado cuenta de que con tirar machete ganaban quince mil o diez mil pesos, y tejiendo tiene la posibilidad de mejorar los recursos económicos -que no son muy buenos, porque la mano de obra en las artesanías nunca ha sido bien pagada-. Es bonito que esta gente haya aprendido este oficio porque son morroanos, nos damos cuenta de que esto es tradición, es sangre; porque a dos minutos encontramos a Corozal y las mujeres de Corozal nunca han podido aprender a tejer, pero que se vaya un morroano y tenga hijos por otra parte y venga, aprende enseguida, entonces es tradición”.

Lo ancestral también se ha vestido de los nuevos tiempos, hay líneas trazadas desde la tradición que van en paralelo a las apariciones y dinámicas de la contemporaneidad. Sobre ello, Blas Javier comenta: “anteriormente, mi mamá o mi abuela únicamente hacían hamacas, bien sea de lampazos, macorinas y ranchonas; también fajas y trabajaban el maguey. Únicamente hacían eso, y después salió el pellón. Hoy en día, las cosas que elaboramos con tela de hamaca son diversas: zapatos, individuales, mochilas y bolsos. Las fajas, que era lo que tejían los jóvenes, hoy las toman para las mochilas y antes las utilizaban únicamente para el burro o guindarse el machete”.

Identificamos otro aspecto contrastante con la tradición de la hamaca en el diálogo con el artesano Blas Javier López Corena, se refiere a que las artesanas, porque eran en su totalidad mujeres, hacían todo el proceso, que durante un tiempo empezaba con la búsqueda de los elementos (orgánicos, vegetales) que servirían para teñir, luego devanar y así hasta el empitado. Según López Corena: “La artesana tenía que echarle el tinte al hilo, luego devanarlo porque la persona que echaba el lampazo debía ser la misma, no podían devanar dos o tres personas”.


Ahora es notoria la especialización en etapas dentro del proceso de elaboración de la hamaca. Es decir, hay una especie de división del ciclo artesanal porque hay artesanos que se dedican específicamente a armar, otros a devanar, en fin.

Así mismo, entre el devanador, peine y la paleta, se ha colado el metro. El lampazo, o jeme, es la medida antropomórfica tradicional equivalente a la distancia entre los extremos de los dedos índice y pulgar extendidos totalmente. Ahora, en una práctica injertada, algunos artesanos calculan las dimensiones de la hamaca por centímetros.

La nostalgia de Blas Javier López desamarra esta memoria: “La persona cuando iba a armar utilizaba una medida de lampazo, una bolita pequeña, mi mamá lo hacía, cogía el telar, echaba cuatro o cinco pasadas y miraba si los lampazos coincidían y contaba ‘esta hamaca es de 32 lampazos’ y empezaba armar. Hoy en día no, mido con un metro, una hamaca de 32, de listón a listón, tiene 1.75 mts. Pongo los listones y empiezan a armar. ¿Cómo ha influido? Se ha ganado en los procesos, porque uno puede hacer más artículos artesanales, pero se ha perdido en lo autóctono de nuestras artesanías”.

Diversos motivos para complacer
el pedido de los clientes

Muestra de trabajo de bordado 

Educar para salvaguardar

Sí, hay cambios. Algunos corresponden a las lógicas del momento, otros a las del mercado, otras a las condiciones de edad y salud de muchos artesanos, especialmente las mujeres que empezaron desde muy niñas.

Esto es visto de dos maneras: una es, que las nuevas generaciones de artesanos innovan y dan cabida a formas menos demandantes de su oficio; la otra, las exigencias del mercadeo y la oportunidad que promueven lo práctico y ágil.    

Entre los cambios positivos, se tiene que hay más capacitación, mayor posibilidad de difusión y oferta de la hamaca morroana, mejores vitrinas de exposición feriales, un posicionamiento de la hamaca como necesidad o elemento ornamental de ámbito doméstico.
En fin, las posibilidades de organizarse y trabajar en colectivo o de vincularse a formas asociativas de trabajo son fortalezas de los actuales tiempos y, en eso, también se dan escenarios de estímulo y de impulso al emprendimiento artesanal. 

 
Sin embargo, dice Blas Javier: “si desconocemos de dónde venimos, esto tiende a desaparecer. Vamos a enseñarles a los niños cómo hacen el producto los artesanos. Que vean las dos formas, tradicional y actual”.

La clave está en la educación, es el mensaje de este portador de un oficio recibido en herencia y continuado en convicción. Educar para abonar un terreno generacional en el cual sembrar estos saberes que llevan en su núcleo el eco de un pueblo que les heredó una memoria y un honor: Artesano de Morroa.