HAMACA Y LITERATURA


LA HAMACA Y LITERATURA

La hamaca en los textos de literatura
Latinoamericana


La hamaca en María y Manuela

Las páginas de la literatura también se han ocupado de la hamaca, como ya lo vimos en el capítulo inicial sobre los distintos cronistas que fueron describiendo asombrados el uso de la hamaca en la primitiva América. Ahora nos ocupamos de libros y autores que han puesto a la hamaca en el centro de su obra o abren espacio en sus literarias habitaciones para mecer en el vientre de una hamaca a alguno de sus personajes.

María, del escritor vallecaucano Jorge Isaacs, se publicó en el año de 1867. Novela representativa del romanticismo que protagonizan María y Efraín. Entre sus posibles 370 páginas hallamos esto: El Administrador, sujeto de alguna edad, obeso y rubicundo, era amigo de mi padre. Luego que estuvimos en tierra, me condujo a su casa y me instaló él mismo en el cuarto que tenía preparado para mí. Después de colgar una hamaca corozaleña, amplia y perfumada”.

De manera que Efraín durmió en la plácida hamaca “corozaleña”. La labor fue averiguar a cuál población corresponde este gentilicio. 
 
En esa búsqueda encontramos que en la novela costumbrista Manuela, escrita por el cundinamarqués José Eugenio Díaz Castro en el año de 1856: Allí se encuentra: “…pués en tierra caliente la hamaca equivale a los cojines mullidos, a la dulce embriaguez de la pipa y a las ilusiones suscitadas por el opio de los orientales [.] Una hora entera llevaba don Demóstenes de estar meciendo en su grande hamaca corozaleña…”

De manera que hay dos hamacas “corozaleñas” mencionadas en dos de las más importantes novelas de la literatura colombiana.

La búsqueda sigue. En el libro Museo de cuadros de costumbres y variedades, (1866) donde se registran los artículos de los integrantes de la tertulia literaria santafereña El Mosaico, con la que tuvieron nexos los escritores Eugenio Díaz y Jorge Isaacs, hay un escrito firmado por Manuel Pombo, fechado el 4 de octubre de 1858, en la que habla del amor a la hamaca:

“Viniendo de la erudición que yo tenga para decirle quién fue el inventor perínclito de la nunca bien ponderada hamaca, por no negar a usted las temporalidades que lo faculte para ponerme en tal aprieto, le confesaré que sobre este punto no nos podemos cobrar hechuras. La hamaca es esencialmente americana y de ello debemos enorgullecernos todos los días. Cuando Colón descubrió el Nuevo Mundo, en que a usted y a mí nos ha tocado pasar nuestras crujidas, la hamaca era de uso general entre los aborígenes de las islas y de las costas de tierra firme, derivada de éstos todavía la conservan las tribus independientes del Darién. Debió de hallarla deliciosa el ilustre genovés y aún se puede presumir que encontrándola a propósito, por lo cómoda y sencilla, para la gente de mar, hizo que la adoptase la que le acompañaba, remontándose hasta allá el uso que de ella hoy se hace universalmente por los marineros […] Le añadiré que las mejores hamacas que he visto son las tejidas en Corozal y Jipijapa; que la tierra en donde por excelencia imperan es en Guayaquil, y que no he podido explicarme por qué son completamente desusadas en Cartagena. Para cerrar este asunto dignamente, recordaré a usted que el señor José Fernández Madrid pulsó su lira de oro en honor de la hamaca y le dedicó una de sus más dulces y más sabidas canciones”.      

Así que el Corozal de las “hamacas corozaleñas” es el del actual departamento de Sucre. A esas hamacas de hechura en las sabanas del gran Bolívar daban fama los ilustres escritores, lo que sigue es dar espacio a una conjetura: es posible que la hamaca sea morroana tejida por las artesanas mayores, por esa casta de incansables mujeres que tejieron historias de valor y trabajo con hilo de oro y dignidad que va cosido al alma del morroano.



El prócer, el Libertador y el Nobel

Trece estrofas destina el héroe cartagenero y Presidente de las entonces Provincias Unidas, José Fernández Madrid en su poema La hamaca, dos de ellas:

Suspendida entre puertas,
en medio de la sala,
¡qué cama tan suave
tan fresca y regalada!
Cuando el sol con sus rayos
ardiente nos abrasa,
¿de qué sirven las plumas
ni las mullidas camas?
“¡Salud, salud dos veces
al que inventó la hamaca!”
Los primeros, sin duda,
que inventaron la hamaca
fueron los indios, gente
dulce, benigna y mansa.
La hamaca agradecida
consuela sus desgracias,
los recibe en su seno,
los duerme y los halaga,
“¡Salud, salud dos veces
al que inventó la hamaca!”

Gabriel García Márquez acostó al corpulento José Arcadio Buendía en una hamaca y en su libro El general en su laberinto, es la que ocupa la portada. Precisamente de la hamaca que perteneció a Simón Bolívar se ocupa Arturo Úslar Pietri,
  
En una de las vitrinas del Museo Bolivariano de Caracas hay una vieja hamaca desflecada, con los colores que fueron vivos, amortecidos por el tiempo. Es una hamaca de Bolívar. Fue una de las que él usó durante los largos años de aquellas campañas inagotables, de aquella andanza sin tregua que se tejió y retejió como el hilo del destino, por entre selvas, cumbres, ciénagas y llanuras, desde la boca del Orinoco hasta las riveras del Titicaca.

Esa hamaca colgó en la sala rústica de la casa del pueblo: Entre dos árboles a la intemperie para acampar por la noche. Durante los tiempos más difíciles y agitados de su lucha, Bolívar no tuvo otro lecho. Era su cama, su silla de trabajo. Por la noche en tierra caliente, se tendía en ella a dormir su breve sueño nervioso. Al llegar, lo primero que hacía el asistente era tenderla. Venían los secretarios y los ayudantes y se ponían alrededor. Mientras él se mecía y se levantaba sin cesar, dictaba cartas y disponía operaciones.

… Los que sólo miran sus libros europeos, su trato mundano, sus uniformes de parada, sus maestros, sus viajes, su cultura, no podrán nunca entenderlo cabalmente. Hay que mirar también aquella hamaca que lo acompañó hasta la hora de morir. Tejida por manos mestizas, legado de lo más viejo y lo más hondo de la tierra y de las gentes que él nació para encarnar”.

Se asegura que a la llegada en 1830 a su última morada, la Quinta San Pedro Alejandrino, una familia adinerada de Santa Marta le ofreció una lujosa cama, la que Bolívar no aceptó pidiendo en cambio una hamaca.


El tigre azul

Del escritor uruguayo Eduardo Galeano, en el libro antológico Cien relatos breves, tres de ellos van mecidos en hamacas: Historia de la Sombra, El amor y Promesa de América, del último este fragmento:

“El tigre azul romperá el mundo
Otra tierra, la sin mal, la sin muerte, será nacida de la aniquilación de esta tierra. Así lo pide ella. Pide morir, pide nacer, esta tierra vieja y ofendida. Ella está cansadísima y ya ciega de tanto llorar ojos adentro. Moribunda atraviesa los días, basura del tiempo, y por las noches inspira piedad a las estrellas. Pronto el Padre Primero escuchará las súplicas del mundo, tierra queriendo ser otra, y entonces soltará el tigre azul que duerme bajo su hamaca”.


Un Poema 
Con el poeta cartagenero-cereteano, Raúl Gómez Jattín, cerramos estas citas a algunas las páginas literarias en que aparece la hamaca, éste que el poeta dedica a su padre:

La hamaca nuestra
Ven hasta la hamaca donde escribí 
el libro dedicado a tu sagrada presencia 
Ella me recuerda toda esa soledad 
que dormí en ella
Todos esos gestos de mi alma 
persiguiéndole el vuelo a las palabras 
que grabaran en un tiempo menos frágil 
la lluvia de tus lágrimas El reposo soñado 
en tu pecho. La mañana eternamente memorable 
de nuestras manos enlazadas en medio del tumulto 
En el vientre de esa hamaca recosté 
mi cansancio de la vida Acuñé dolores 
Me defendí de la canícula Y soñé: 
Tú venías en medio de la noche a consolarme 
y eso dije Escribía un poema que preservara 
tu memoria y eso hice Desatar mis alas tristes y lloré 
Tiéndete que yo te meceré para refrescarte 
si te es posible duerme Que yo velaré